Había una vez, en una isla de leyenda una madre que vivía con sus hijos, que crecían jugando muy felices. Un buen día uno de los hijos se volvió dulce. A partir de entonces cada cierto tiempo esa madre y su hijo tenían que salir de su isla, cruzar el mar e ir a otra isla a que la doctora viera al niño en el hospital. Pasaron algunos días en esa gris sala de espera. De repente, en uno de esos días vieron llegar a otra mamá con una niña dulce también. Su sonrisa iluminó la sala y las dos mamás empezaron a hablar. A partir de ese día cada vez que la madre y el niño viajaban a la otra isla para ir al hospital, ya no era un viaje triste, porque sabían que se encontrarían con la otra mamá y su niña para comer y pasarían el día junt@s. Durante uno de esos encuentros la mamá con la niña dulce dijo: «siempre nos encontramos en mi isla, alguna vez me gustaría vernos al otro lado del mar». Y así empezaron a organizar un encuentro para familias de niñ@s dulces. Pasaron los meses y llegó el día donde iban a reencontrarse. Llegaron familias dulces al lugar desde cualquier punto de las dos islas, cruzando el mar y los pueblos. Allí estaban, 10 familias completamente diferentes con solo dos cosas en común sus hij@s dulces y una mochila en la espalda llena de piedras azules, algunas de ellas además con piedras amarillas. Durante esos días: lloraron, rieron, comieron, bailaron… de repente una de esas madres recibe una llamada; alguien de la otra isla necesitaba urgentemente que le llegase un avión de papel. En ese momento todas esas personas unieron sus fuerzas y corrieron hasta conseguir que en solo tres horas ese avión de papel cruzara el mar y llegara a su destino. En ese momento es cuando se dieron cuenta de que se había creado una gran familia. Una familia a la que no le unian lazos de de sangre, sino sentimientos fuertes. Una familia donde no importaba quien eras, sino qué sentías. Sabían que junt@s iban a conseguir lo que se propusieran. El día siguiente siguieron bailando, riendo, comiendo, jugando e intercambiando piedras. Pero llegó el momento de despedirse, de que cada uno volviera al lugar de donde había venido. Recogieron su equipaje y volvieron a cargarse sus mochilas en la espalda, fue en ese momento cuando se dieron cuenta de la magía… esas piedras eran más ligeras, ya no pesaban tanto. Esos días habían conseguido hacerlas menos pesadas. Y así fue como cada un@ volvió a su lugar de origen con una sonrisa en sus labios y un hilo que une sus corazones para siempre.
Y así fue como descubrí que la leyenda de que Menorca es una isla mágica es verdadera… simplemente un fin de semana mágico. Gracias a tod@s.
M Angeles Pedrol