Cómo un ratoncito asustado; así me sentí hace dos años cuando una amable enfermera desplegó delante de mí un glucómetro, un montón de agujas, un par de bolis de insulina y me enseño a pincharme. Según me iban explicando en que consistía esta enfermedad, yo sólo quería meterte en una madriguera confortable, hibernar y despertar en primavera de ese mal sueño.
Pero no, no era un sueño ni algo temporal; es una lacra que irá siempre conmigo. Por eso, de vez en cuando, me vuelvo a sentir como aquél ratoncillo y me cobijo en mi madriguera. Afortunadamente, cuando salgo casi siempre hace sol fuera.
Sonia Rodriguez