Es difícil describir lo que sientes cuando te dan el diagnóstico; aunque como madre puedas tener alguna sospecha, y te creas razonablemente preparada para asumir y aceptar una noticia de este tipo. Hacía tiempo que en casa observábamos un cambio en nuestro hijo. Estaba más delgado, bebía a todas horas hasta el punto de no poder salir de casa sin una botella de 1/2 litro (ó dos), y se quejaba de cansancio un día tras otro. Pero claro, era verano y todo nos parecía tener una justificación razonable: bebe porque hace calor, ha adelgazado porque está jugando en la piscina todo el día, y esa es la razón por la que se siente cansado… ¡Si es que no para! Pero cuando llegas una tarde a casa, y te encuentras a ese niño tan vital, durmiendo la siesta en el sofá, y pidiéndote que lo dejes descansar porque lo necesita, empiezas a tener la sospecha de que algo no está funcionando como debería. Y es en una consulta médica casi improvisada donde empiezan a plantearse de forma evidente las circunstancias, y la realidad se vuelve la única opción que no queremos admitir. Dani ingresó en la UCI con 510, pero lo hizo por su propio pie. No fue tanto por las condiciones físicas como por la necesidad inmediata de iniciar un tratamiento de forma metódica que su cuerpo no podía aplazar más tiempo. En unos días pasó a planta en la Unidad de Pediatría. Estaba razonablemente estabilizado, y tenía que empezar el proceso de aprendizaje que aún ahora continúa… para todos. Los médicos y enfermeras nos daban pautas, nos desgranaban datos que ellos manejan con absoluta normalidad, y nos invitaron a participar en una serie de clases teóricas donde tratarían de ponernos al día en las cuestiones básicas de la enfermedad. Nos regalaron libros, aparatos electrónicos para medir la glucosa y sentaron las bases de lo que iba a ser una constante ya en la vida de la familia; comer por raciones. Todo esto sucede en tan poco tiempo que apenas tienes la sensación de que te está pasando a ti. Porque nos pasa a todos en la familia; cuando se diagnostica diabetes a uno de los miembros, inmediatamente la rutina de todos los demás cambia también en función de esta nueva circunstancia. La vida de la familia se reajusta para adaptarse a este cambio no buscado, que sin embargo forma de repente parte de tu cotidianeidad. Los médicos te ofrecen la posibilidad de preguntar dudas… pero estamos tan confusos que apenas se nos ocurren las cosas; y cuando sales de allí, tienes la sensación de que todo lo aprendido durante el ingreso, es un punto de partida que no se ajusta en absoluto a lo que te encuentras cuando la vida real se muestra frente a ti. Y entonces empiezan la desesperación… la desolación y el miedo.