¡Hola Loli!
Hace ya varios días que vivo de lo más alejada de las redes sociales, pero es que mi puesta en marcha este 2017 ha sido de lo más tormentosa . Te pido disculpas.
A pesar de que no nos conocemos, ¡te tengo completa confianza! Eres como una segunda madre para todos los “dulces y dulcineas” del mundo o al menos, así lo eres para mí 😉.
No soy mucho de compartir mis vivencias pero no sé, hoy me ha venido el impulso de escribirte. No estoy en “hipo”, tampoco en “hiper”, así que… como no hay excusas que valgan, no me voy a reprimir 😛. Creo que tengo rollo para un ratito, si te cansas, apaga 😉.
Mi redulce debut fue a los 11 años, ya casi hace 18 años. Qué rápido pasa el tiempo y… ¡qué vieja me siento! 2017 es mi último año de “tengo 20 y pico” haha.
De pequeña siempre fui una chica más bien regordita, de “poco” estudiar (por no decir NADA) y demasiado jugar. Cuando empecé 6º de primaria adelgacé de un modo preocupante. Yo estaba superfeliz, pero mi madre tenía claro que algo no iba bien…
Yo le decía “Mamá no seas pesada. Tengo hambre, como más que nunca y adelgazo, eso será la pubertad. ¡He pegado el cambio!”. Pero yo también sabía que algo no iba bien. No podía dejar de beber e… ¡ir al baño! Tenía un plan estratégico para ir del cole a mi casa ¡sin hacerme pis encima! Al salir del cole, al baño; a medio camino, a casa de una amiga; a medio camino más, otra amiga y… corriendo, corriendo a casa.
Al final terminé con una analítica. A los pocos días tenía el resultado: glicemia >300 mg/dL. Recuerdo llegar a casa y escuchar a mi madre llorando por teléfono, hablando sobre mí.
– “Mamá, ¿qué te pasa? ¿está lista mi analítica?”
– “Nada, no pasa nada. Tienes un poco de azúcar”.
– “¿Y que tendré qué hacer?”.
– “Pues algo de dieta”.
– “Pues así no llores, que me mantendré delgada y bien, no pasa nada”.
Qué equivocada estaba….
Lo siguiente fue coger el coche con mis padres e ir a un Endocrino privado. A las pocas horas estaba sentada frente a un señor de lo más serio que me empezó a hablar de cosas raras: pincharme en el dedo, jeringuillas, viales de insulina, ojo, riñón, pies. Por si no fuera poco, me puso una dieta de lo más estricta a lo diabetes tipo 2. Jamás en mi vida había pasado tanta hambre. ¡Calmaba el apetito con tiras de apio! Dios mío que mal lo pasé. Aunque sin duda quien lo pasó peor fue mi madre. Quería ayudar en todo, pero le saltaban lágrimas a cada momento. Desde el primer día me pinché la insulina y los dedos yo sola, a mi madre le temblaba el pulso…
Poco a poco me fui acostumbrado al comer poquito y pincharme y hacerme controles, pero no iba muy bien controlada y empecé a rebotarme. Un día en el ambulatorio un médico me dijo que ya podía ponerme las pilas o la cosa se iba a complicar. Mi madre, que siempre intenta arreglar las cosas, comentó que seguro que en nada saldría una cura. La respuesta del doctor fue épica: “Cuando tu estés muerta, la gente en el mundo se seguirá pinchando insulina”.
Ese día ha marcado toda mi vida. Me puse las pilas, pero no en el control de la diabetes, sino en estudiar como una loca hasta ser la empollona de la clase. Así terminé en <<Medicina>> y finalmente, en la residencia de <<Endocrinología>>. Si ese imbécil no iba a curar la diabetes, pues ya la curaría yo.
A los pocos meses del debut, terminé ingresada en el Hospital Sant Joan de Déu. Me fugaba cada noche y pegaba e insultaba a médicos, enfermería, padres, hermana…¡Qué vergüenza! Por suerte, ingresó una niña dulzona de mi misma edad y allí empezó una amistad que aún perdura. Nos ayudamos la una a la otra y fui cambiado de actitud. ¡Al fin! Espero que mis futuros hijos no sean tan peleones como yo 😉.
Ahora mismo repito en Sant Joan de Déu, pero no como paciente, no como estudiante de medicina, sino como residente de 3º año de Endocrinología de adultos que debe formarse también durante 2 meses en la parte pediátrica.
Sólo llevo 3 días allí y el torbellino de emociones que siento no me deja ni respirar. ¡Es una sensación de lo más extraña verse al otro lado de la mesa!
Antes era yo quien estaba sentada en esas pequeñas sillas de colores con una libreta llena de tachones. Bueno, ahora hay pocas libretas, la mayoría son sensores o aplicaciones móviles o glucómetros de lo más modernos. ¡Soy una yaya!
Antes era mi madre quien también estaba allí sufriendo por el resultado de la analítica, sufriendo por las palabras del endocrino, sufriendo por su hija. Jamás había llegado a valorar tanto a mi madre como hoy. Sufrió muchísimo y lo hizo sola.
Loli, el trabajo que haces con los padres y madres de dulces guerreros es DIGNO DE ADMIRACIÓN, DIGNO DE OSCAR, DIGNO DE GOYA, DIGNO DE TODAS LAS MATRÍCULAS DE HONOR Y PREMIOS QUE SE PUEDAN DAR.
Gracias por estar allí.
Gracias por evitar que mamás sufridoras como la mía y como muchas más consigan echar por lo menos 1 de sus 2 ojos por las noches.
Te admira,
Adriana 😉