Echamos la vista atrás, un año, sólo un año atrás, un día, el día que cambió nuestras vidas, el 8 de mayo de 2013. Hasta entonces nuestra vida era relativamente tranquila, sin sobresaltos… los propios de una niña de 11 años, catarros, mocos, gastroenteritis… Y de repente, sin avisar, llegó ella… la diabetes. Momentos de incertidumbre, de negación, la pediatra se ha equivocado, ya verás como no es nada, 100 Km de camino hasta el hospital. Entrar por la puerta y nos estaban esperando, verla en esa camilla con vías en cada uno de sus brazos, sus ojos vidriosos, tristes, apagados… Y me agarraba con su mano y sonreía y aún sigue sonriendo, nunca ha perdido su sonrisa, a pesar de las glucemias, de los pinchazos, de privarse de cosas que la encantaban (el chocolate, su perdición), de comer cosas que nunca había comido… Sonríe, porque es fuerte, es valiente, porque tiene toda la vida por delante, porque la diabetes es algo que ha aparecido en su camino pero que no la va impedir hacer, ser, ni soñar lo que quiera. Mi dulce princesa guerrera, ese día comenzó un nuevo capítulo en tu vida, una vida que no va a ser fácil, pero que hay que vivirla y nosotros, tu padre y yo siempre estaremos aquí, en las duras y en las maduras. Ese 8 de mayo nos diste una lección de vida y yo hoy quiero dedicarte estas letras, porque TE QUIERO, mi niña, y siempre te querré.