
Hace tiempo leí está frase «que el privilegio no te nuble la empatía» y desde entonces es como una órbita que da vueltas en mi cabeza. Y es que si a veces opinamos desde una posición privilegiada y no nos damos cuenta, hablo en plural y me incluyo aunque si he trabajado y trabajo mucho en no juzgar e intentar siempre ponerme en los zapatos del otro, porque supongo que es lo que me gustaría que hicieran conmigo.
El privilegio de que un resfriado, una gastroenteritis, una otitis … No se complique por una enfermedad previa y acabes en el hospital. El privilegio de acostar a tu hijo y saber qué como mucho te despertarás porque ha tenido una pesadilla, porque tiene pipi o porque quiere agua. No tendrás que estar toda la noche a su lado, haciendo capilares, calculando dosis o remontando hipoglucemias. El privilegio de decidir si quieres ir o no a las excursiones escolares, el privilegio de poder seguir trabajando o al menos poder decidirlo. El privilegio de ir a un cumpleaños infantil sin estar en tensión toda la fiesta, sin tener que restringir la merienda, calcular y aún así saber qué muy probablemente tú noche sea movida entre hiperglucemias y correcciones. El privilegio de poder dejar a tu hijo/a ir a casa de un amiguito a jugar. El privilegio de no ser la madre de ese niño con algún «problema». El privilegio de no vivir entre médicos y enfermeras y lo peor que ese sea tu lugar seguro. El privilegio de no tener que estar siempre a 10 minutos del colegio por si pasa algo.
El privilegio de poner el móvil en silencio y desconectar del mundo.
El privilegio de no tener que estar siempre pidiendo perdón y permiso.
Así que si, la frase marco un antes y un después en mi vida y estoy segura que acabará tatuada en mi piel más pronto que tarde. Recuerda que si nunca has estado en mis zapatos no tienes derecho a decirme cómo atarme los cordones.
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Laia