INSISTO, A VECES SOY DIABÉTICO

INSISTO, A VECES SOY DIABÉTICO

Cuando digo que a veces soy diabético, no lo digo solo desde el punto de vista personal y sarcástico que en ocasiones me caracteriza; lo digo también por la consideración que de mí tiene el Gobierno que me «ampara», pues resulta que para este último también lo soy a veces (diabético, digo) y a veces no, dependiendo de si me toca sacar del bolsillo o meter en él.

No sé si sabrán, queridos lectores, que allá por el año 2002 un diabético estaba «obligado» (lo entrecomillo porque esto no lo he contrastado, me basta con lo que me comentaron a mí, que se acató como una ley salomónica) a renovar la licencia de conducir año por año. No mucho más tarde la extendieron a períodos de dos años para, finalmente (actualmente sería más conveniente), prorrogarla a la mitad de lo habitual, es decir, a un lustro (hablo del sustantivo, no del verbo; aunque para mí, ese logro, brilla con la misma fuerza). Creo que esta es la sexta o la séptima vez que renuevo mi licencia de conducir en quince años, pagando las correspondientes tasas administrativas, pagando las correspondientes revisiones médicas, llevando para ello los correspondientes informes médicos y, en el mejor de los casos, pagando también por la gestión de los trámites si con ello consigo ahorrar algo de tiempo (una de las cosas que me apena terriblemente perder). Hagan cálculos y verán la cara que se les pone. La mía parece que viene de fábrica. En la última renovación tuve que desembolsar la friolera de 78,50 euros. Aquí sí que soy diabético.

Cierto es que puedo entender el porqué, pero lo que no puedo entender es que, de la misma forma, no haya alguna prestación o algún tipo de ayuda que mitigue el hecho de estar «enfermo a veces» (las comillas, en este caso, indican sarcasmo, por si hay algún lector despistado). Porque también somos diabéticos cuando queremos ser policías, o guardias civiles, o militares, o bomberos, o ¡tripulantes de cabina de pasajeros!, o conductores de transportes públicos, o conductor de ambulancia, o…, o…, ¡oh! (Algunos los he puesto sin contrastar la información pero creo que no voy desencaminado, visto lo visto). Insisto, lo puedo llegar a entender. Sin embargo, me crispa bastante que, en ocasiones como esta, ser diabético implique gastar más dinero, mucho más dinero, cuando debería ser, como mínimo, igual que el resto (en el tiempo que yo llevo con la licencia de conducir, una persona no diabética habría renovado el carnet una sola vez y habría gastado, aproximadamente, 100 euros).

Lo que quiero decir elevando esta queja al cielo de los olvidos es que, y permítanme la analogía, como vaca lechera soy igual que el resto del ganado, pero a la hora de pastar ni de lejos me parezco a las asturianas; a mí siempre me dejan en el corral. Eso de los verdes prados es para las vacas «normales» (un poco más de sarcasmo).

Aquí, en España (desconozco lo que ocurre en otros países), esta enfermedad, al igual que muchas otras, nos encarece la vida. Cuanto más busco, más limitaciones encuentro (en muchos casos absurdas); lo que no encuentro NUNCA son soluciones, alternativas…

Dicen que «Dios aprieta pero no ahoga». Yo conozco a otro(s) «todopoderoso» que también hace lo mismo. Salud a los vencedores y suerte para los vencidos.

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